Index . a nutrir paisaje protegido mirando por: Cap I Ecología de ecosistemas e hidrología urbana . 20 preguntas confesiones . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . 9 . 10 . 11 . 12 . 13 . 14 . 15 . 16 . Dinámica horizontal en humedales: esteros, bañados, meandros, cordones litorales . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . 9 . 10 . 11 . Cap II Patrimonios en ámbitos rurales, confesiones . 17 . 18 . 19 . 20 . 21 . 22 . 23 . 24 . 25 . 26 . 27 . 28 . 29 . 30 . 38 . 39 . El paisaje construído en Al Maitén . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . Cap III Paisajes culturales . 31 . 32 . 33 . 34 . 35 . 36 . 37 . Cap IV El timón 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . 9 . 10 . 11 . 12 . 13 . Cap V Leyes particulares . introito . 0 . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . 9 . 10 . 11 . 12 . 13 . 14 . 15 . 16 . 17 . 18 . 19 . 20 . 21 . 22 . 23 . 24 . 25 . 26 . 27 . 28 . 29 . 30 . 31 . 32 . 33 . 34 . 35 . 36 . 37 . 38 . 39 . 40 . Cap VI Paisajes interiores Inmanencias . 1 . 2 . . La viga de cruce . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . . Joaquín Lera . . jubileo . . creación . . intangibles . . Carlos Lohlé . . Guillermo Roux . . César Pelli .
La viga de cruce de la pluma de Estela Livingston Francisco Javier de Amore Hortu, 2000 . Te daré un corazón de piedra para luego darte un corazón de carne ghe- Liberar,_dejar ir; ser liberado. [sánscr. jáhati: “abandona”, avéstico zazami ”yo_me separo”, alto alemán antiguo: gan_ “irse”, anglosajón. gan, sueco ant.: ga]._ 1.Con_sufijo *ghe-ro- Latín heres: heredero. Heredad._ 2. Vocalismo o y sufijo *gho-ro-: espacio vacío. A. Griego cora: campo, lugar, región. Corepíscopo, obispo rural. B. Griego coreo : retirarse. Anacoreta, el que se retira del mundo. 3. Grado cero y sufijo *ghd -l- Griego calao : soltar,_hacer bajar. calar (latín tardío calare: hacer bajar) antig. “perforar”;_ callar, latín vulgar *callare: bajar la voz Penosísima escisión entre el espíritu en el alma y E-Go. A la vez, poiesis para perforar el ineludible pozo poético y salir en penuria y en amor propio, por el lado de abajo. Desestructuración nuclear; hasta morir y resuscitar. Y a ello enviado.
Y te enviaré al vientre del padre Cuasi maldición que festeja a ese nuestro oculto meollo. Materia prima que siempre calla; que sostiene cual cimiento; e irriga cuerpo y alma con su savia. Que desde vientre y genitales, en profundo amor propio, permanece y labra. Al que quien habla, Psijé, siempre en estos tiempos, suele endilgar menosprecio y falla. De inventiva suya, reiteramos: el Ello y el Superyo, que con coherencia, de Psijé y desde Psijé, desde el espíritu en el alma hablan.
Tus manos te bastarán Su huella en esta tierra, ahora resuscitado, no será simple poiesis. Sino poieo y tikto primigenios. Originarios de toda heredad. “Trabajo” y “trabajo”. Las dos onomatopeyas con que los griegos llamaban al trabajo. En espontaneidad, privacidad y afectividad, trabajo ahora, en resuscitados amanecido, y en dulce oficio regalado.
La viga de cruce, que extasiado seguí. Corría un 6 de Enero de 1980. Esa mañana había despertado con un sueño muy sostenido en la vigilia del amanecer. A tal punto, que me doy a atenderlo; y ese mismo día descubro lo que sería desde entonces mi tierra habitación por estos últimos 20 años: una hermosa parcela con varios cientos de árboles centenarios. Era la primera vez que pisaba la tierra en claro contexto rural y con muchísima privacidad. Apuntaba a desarrollar allí algún tipo de urbanización. En los primeros meses que siguieron a esta compra realicé tareas de mejoras en los servicios de agua, energía, alambrados y forestación. Y luego hacia fines de año sobrevinieron dos episodios en mi vida familiar que me desconsolaron y catapultaron a este lugar con más fuerza que un huracán. No quisiera encontrar los ánimos para exteriorizar ese infortunio. Siempre me contuvo un sólo sentimiento "personal" de no recriminar. Sostenía la intuición que estas personas habían obrado por obra y difícil gracia de un espíritu santo. Ésto ya revela cierta locura, pero breve, es así más claro. El más afortunado desajuste en mis tramas familiares tuvo lugar justo un 24 de diciembre, como para conformar guión que un día pudiera incorporar todo tipo de matices. Siempre quedarán sospechas del dolor extremo que como instrumento de des-gracia me aportaron. Así pasé en este lugar varios meses acompañado por un hombre mayor, humilde y muy sufrido; y por mi esposa y mis hijos que con penosa consideración me acompañaron los fines de semana durante los primeros 100 días. Con dineros a cobrar de una obra recién terminada, tenía mi familia sustento asegurado por unos meses. Pero previendo futuras estrecheses y dado mi bloqueo, comenzó mi esposa a retacear los pocos dineros que tomaba para mi propio sustento, hasta reducirlos a lo mínimo. No tenía forma de viajar; y los pocos recursos para trabajar en este lugar, a poco se fueron agotando. Fuí entonces transfiriendo trabajo corporal a ocupaciones de tipo espiritual. Tenía una biblioteca de aprox. 3000 volúmenes muy atesorados. Escribía, meditaba, y así cada vez más me aislaba. El 1° de Mayo de ese año 1981 tuve vivencias que aun describiéndolas rápidamente sobran para comprender que ya estaba perdiendo de vista la cordura común a los mortales. Habiendo pasado tantos años, puedo relatar estos fenómenos que en otro tiempo más cercano jamás hubiera atrevido, ni deseado. Ese día se me suscitó que entraba en un gran viaje. Alrededor de las cuatro de la tarde comienzo a observarlas nubes fugaces moviéndose al son de pensamientos que me invadían y anticipaban los cambios más inusitados. A excepción de participar más que sorprendido de todo ésto que sucedía a mi vista y sin haber tomado ninguna clase de infusión o cosa ajena a una alimentación pobre y sana, expresaba tal quietud, que pasaba desapercibido para cualquiera que pudiera estar en relativa cercanía. Esa noche pasó algo similar. A pesar de los años transcurridos me resulta aun penoso avanzar en este relato. Y por ello acuso cierta despareja prisa. Durante tres meses a partir de entonces pasé mis días meditando, escribiendo, haciendo ayunos, rezando, y viviendo un clima que resulta mejor cada uno lo imagine como quiera, pues no tengo ánimos para hablar de ascesis o de ascetismos. En ningún momento me faltó energía para seguir este camino. A pesar de ver mi cuerpo consumirse, tampoco mis ánimos me abandonaron; ni me hicieron sentir el tremendo peso de esa soledad en sendero que me hacía vivir la mayor contención de sentimientos. Como si todo en mí se fuera convirtiendo en una enorme piedra viviente. De noche dormía muy poco.Tenía a veces sueños amables;y otros por el contrario conformaban un guisado intelectual capaz de saturar cualquier intención adicional en este sentido. Entonces sí, advirtiendo los matices que tomaba esta vida, decidí espantado acabar con ella. Y así fue como a lo largo de una quincena y en tres oportunidades, fuí quemando selectivamente todos mis libros. Dejando para el final los más atesorados; y todos mis escritos. Esa última noche quedé tan desmantelado, que sentí estaba al borde de un suicidio. Pero siempre había en mí en estas situaciones tan críticas, una sensación de desdoblamiento que permitía sostener una porción de mí y me hacía participar casi como espectador contenido. De lo contrario no sé cómo pude pasar por ésto y estar calmo aquí. Dos únicas personas consideraron inevitables y válidos estos episodios. Con los años, hasta Umberto Eco ha propuesto frente a éstas y otras vorágines parecidas, irse a una isla desierta, rodeado de Naturaleza sin un sólo libro. Pues eso mismo hice de la mano de algún espíritu hace casi 20 años. Situación arquetípica a vivir por este hombre niño, ya relatada hace diez siglos por Abentofail o Ibn to Fail en su pequeña obrita El filósofo autodidacta. Todo se dió en un contexto de pocas contemplaciones; sin dilaciones y sin desórdenes adicionales a los que eran inevitables y necesarios para arribar al final de este capítulo. Por primera vez en años me acosté y desperté 7 horas después, muy bien descansado y con gran apetito. No recuerdo cómo me hice de algunos alimentos que por años había marginado. Desayuné como nunca, en enorme contraste con los ayunos anteriores y el riguroso régimen de carbohidratos que había prolongado por más de siete años. Años había pasado, sin cítricos, ni leche. Todos los inconvenientes que ésta me provocaba, quedaron sin ninguna clase de intermediaciones resueltos de la noche a la mañana. Desde ese día, los desayunos han inaugurado mis humores de cada mañana, excluyendo todo sacrificio. Nunca más acepté régimen, ni receta, ni medicamento, ni infusión alguna. Y cuando digo nunca más, me refiero a los últimos veinte años. Habiendo llegado a este punto sentí que debía volver a mi hogar con mi esposa y mis hijos, a los que había visto en pocas oportunidades en aquellos 100 días que siguieron a su partida de este lugar. Volví a casa. Pero ya mi esposa no podía aceptar lo que tenía frente a sus ojos. Maltrecho, después de un viaje imposible de narrar y sin atinar a expresar nada de lo poco que podía ser relatado y hospedado. Este pasaje de un mundo a otro fue desde cualquier punto de vista imposible. Había perdido la confianza de todos los que a lo largo de mi vida habían sido compañeros. Estaba sin trabajo. Y mi exterioridad se descubría cada día más recortada. Trataba de ocultar esa desazón buscando alguna biblioteca con resultados funestos para lo poco que quedaba en pie de mi exterioridad. Así, durante 50 días hasta la llegada de la primavera. Antes había sucedido algo muy importante y en extremo extraño. Dormía con mi esposa en el mismo lecho, cuando sin otro correlato que despertar, veo en un hermoso cuadro que teníamos en nuestro dormitorio, una luz vertical que lo cruzaba de arriba abajo. Trataba de determinar de dónde provenía, cuando de pronto una voz empezó a hablarme descubriéndose con toda claridad como abuela paterna de mi esposa. Al tiempo de recibir la más inesperada presentación que jamás había vivido, me sentí movido a despertarla. Pero en cuanto comencé a explicar lo que me pasaba me tomó por loco y siguió durmiendo. Entonces ese mismo espíritu que dijo ser su abuela me espetó con bastante severidad: "no te apures caballo loco, o te vuelvo loco". Tan aterrorizado quedé, que no pude menos que volver a despertar a mi esposa y pedirle me ayudara, me perdonara, y todo lo que se le puede pedir a una esposa en situación comparable. Me sacó corriendo con peor humor que el de su abuela. No me quedó ningún margen de duda respecto de la identidad de esa presentación. Y si bien no supe por qué lo hacía, es de imaginar que con la desestructuración que ya vivía, este tipo de vivencias, aunque sorprendentes, ya cabían. Lo que parecía al comienzo un relato de instrucciones me dejó tan asustado que no pude imaginar a qué apuntaba. Estaba más preparado para encontrarme con algún santo de mi devoción, que con la abuela de mi esposa. Llegada la primavera, ella decide partir en viaje de tres días con su hermana y su cuñado. Ese mismo primer día a la tarde se me suscita, pues había ido cayendo de nuevo en una actitud muy contemplativa, inclinar la cruz que tenía sobre la cabecera de mi cama. Desplazo la cama; muevo la cruz; y lo que aquí pasó me dejó alelado. Una voz que en esta oportunidad no se identificó, me señaló que iba a hacer llorar a esa piedra en que me había convertido. Y comenzó a hacerse sentir con una fuerza tremenda, vivenciándome recipiente de esa fuerza y deseos de llorar extremos. El llanto y las exclamaciones que siguieron atrajeron de inmediato a mis dos hijos menores, que espantados corrieron a pedir ayuda. No podía controlar nada de lo que pasaba. Sólo atiné a enderezar la cruz como la misma voz me lo indicara. Y luego de llorar sin límites ni consuelo un desconsuelo muchísimo mayor que el propio mío, cesó todo y me dejé recostar en el estrecho espacio que mediaba entre la cama y la pared. Allí la voz continuó hablando y me consoló y se consoló a sí misma oyéndola decir: "tu eres mi hijo muy amado; en ti me consolaré". Llegó luego mi hermano menor. Lo que sigue no cuenta, salvo imaginar en el estado en que habrán quedado mis pobres hijos. ¿Pero qué podía hacer? Si yo estaba más alelado que ellos; y hacía tiempo que venía así. Al día siguiente voy a visitar a una familia muy amiga, aparentemente repuesto y con intención de distraerme. Por supuesto no comenté nada de lo vivido el día anterior. Estábamos en su estudio con mi amigo escuchando comentarios de una ópera, cuando de pronto me sobreviene un episodio como el anterior; sin más trámite que ponerme a llorar, pero con tan increíbles y prolongadas exclamaciones, que nunca podré imaginar cómo un aparato fonador puede exteriorizar semejante sonido y mis ojos entregar semejantes lágrimas en llanto. Mis amigos jamás olvidarán lo sucedido. Corrieron a buscar un médico, en tanto yo continuaba llorando. Fueron dos largos episodios de varios minutos cada uno; y cuando sentía que ya iba a desfallecer del esfuerzo que me provocaba acompañar ese llanto; descendía; se detenía un instante, y volvía a empezar. Nunca he visto nada ni remotamente parecido. Cuando llegó el médico yo me encontraba parado, con los brazos abiertos, en un estado de éxtasis que no conformaba a nadie. El médico me revisó sin que yo modificara mi postura. No encontró nada que fuera de su competencia, y se marchó con toda discreción. Yo estaba atento a ésto. Pero al mismo tiempo sentía una voz que diciendo ser la de un sacerdote ya fallecido al que había tomado mucho aprecio, me planteaba situaciones muy poco consistentes; y aun sin saber cómo tomarlas, marché esa noche a hacer una visita fuera de hora a un sanatorio de su congregación. Inútil fue que mi amigo y un médico psiquiatra que me conocía muy bien, quisieran reconvenirme volviera a casa. Ya solo, pasada la medianoche, hice a pie mi largo camino de regreso. De allí en más me pasó de todo. En términos espaciados y breves, mi lengua se movía sola y articulaba con total independencia de mi voluntad, sin provocarme al menos, problemas que fueran visibles a los demás. Que en otra oportunidad sí provocaron, cuando un fuerte impulso me fue suscitado para arrodillarme en plena calle pública, levantando los brazos como invocando al cielo. Atónito observaba cómo la gente que pasaba a mi lado parecía tolerar con discreción estos desajustes, que aunque inofensivos me avergonzaban. Al volver mi esposa de aquel corto viaje, esa misma noche mientras dormíamos, dos voces femeninas mayores me despiertan y con toda calma me dicen: "tenemos que irnos Francisco, pero más adelante vamos a volver" Todo el mes que siguió fue terrible. Me invadían repentinos torrentes de pensamientos encadenando a velocidades increíbles cuestiones de carácter lúdico e intelectual. Era evidente que alguien estaba realizando un tremendo lavaje de mis inclinaciones a la lectura y meditación todavía no resueltas. En la única situación que lograba calmar estos huracanes psíquicos, era refugiándome en la habitación de mi pequeña hija; haciendo las veces que jugaba con ella, o escuchando su música para niños. Pero tales avalanchas se hicieron tan frecuentes y sostenidas que ya no había forma de ocultar la pérdida de naturalidad gravísima en mi exterioridad. Esta pérdida había comenzado con mi partida en soledad al campito 10 meses atrás. Estaba mucho más atento a lo que pasaba adentro mío, que a lo exterior; y no atinaba sino a rezar y a tratar de ocuparme con pequeñas lecturas espirituales. No sé cómo mi esposa me soportaba en esas condiciones. Pero tampoco ella sabía qué hacer. Intentaron que visitara a un par de psiquiatras. Pero ésto me provocaba "terror". Pues no quería de ninguna forma exteriorizar lo que vivenciaba. Ésto mismo que 20 años después, con profunda tristeza relato. Viviendo esta situación como casi terminal, imaginó mi esposa la posibilidad de vender alguna propiedad. Y a pesar que esa medida podía haber sido atinada, a mí por el contrario me produjo mucha desazón. Eran tiempos en que la Argentina se debatía en espirales inflacionarios peores que los que yo vivía interiormente. Y todo el mundo transformaba sus bienes en papel pintado para que los bancos se los multiplicaran, en una fantasía realmente más desopilante que las mías. Pero como toda la sociedad estaba en la puerta de los bancos haciendo colas para colocar un plazo fijo a 7 días, la suma de mi caos interno y el externo que sufría mientras los demás sonreían, me catapultó el loco deseo de hacer una donación de buena parte de mis bienes a una institución religiosa. Sentía que no tenía salida para mí; pero tampoco me gustaba la que proponía mi esposa. Sentía que mis esfuerzos de toda la vida no podían terminar en esos correlatos financieros esquizofrénicos. Y entonces estimé que parte de esos esfuerzos fueran continuados por aquellas criaturas que la vida puso al servicio de vocaciones "más religiosas". En el campito había comenzado este despojamiento. Mi padre por supuesto veía con preocupación todo ésto, pero no guardaba diálogo alguno conmigo. Una tarde se presentó en casa para señalarme la imposibilidad legal de tal donación. No sabía cómo lo haría, pero insistí en tal forma en mi postura, que mi esposa decidió darme el gusto. Y marchó por su cuenta a las oficinas de mi padre a buscar allí las escrituras de nuestros bienes. Esa misma tarde, luego de firmar juntos una nota breve anticipatoria de esa donación precaria, me acompaña y hacemos entrega de esos documentos en una comunidad religiosa. A la tarde siguiente una voz tronante me impuso ponerme de rodillas en plena calle y allí con muchísima severidad me dijo: "la caridad se practica en iglesia". Palabras textuales que hoy acredito referidas al "hogar". La única iglesia hoy a mi sentir es el hogar. Y el EX kaleo origen de la voz "iglesia", refiere en todo caso del llamado de las lejanas voces ancestrales. Las que ya he vivenciado sobradamente en estos años conducido por estos rumbos. Pero nada de "iglesia" en el sentido que se da al menos en Occidente a esta palabra. Así la iglesia católica después del último concilio aceptó que cada familia humana fuera considerada también "iglesia". En China, el templo conocido como celeste, es el templo de la vida familiar. Recuerdo justamente que esta comunidad en la que había pretendido hacer esa donación tiene en su logos dibujado un pequeñito templo celeste. Finalmente, dos días después de esta entrega de documentos, vienen dos enfermeros a casa y me llevan sin más trámites a una clínica psiquiátrica. A todo esto, en los días previos una voz femenina en calma mientras dormía me advirtió: "te van a internar". Imaginando se trataría de un infarto o algo así, atiné a tomar conmigo el documento de asistencia médica. En la clínica donde me internaron le pedí al subdirector no me medicaran; y él mismo, tras asegurarme me harían unos exámenes, prometió en 48 horas permitirme hablar con mi abogado para notificarle mi internación. Fueron situaciones de una violencia interna y externa inenarrables, que cuesta aún después de 20 años muchísimo espanto recordar. Un primo de mi esposa, psicólogo, le había sugerido que no llevara adelante esa internación, pues amén de destruirme, destruiría a toda la familia. Pero ella estaba decidida más que una fiera a todo. Su rostro tenía un rictus de piedra, que aún hoy no quiero recordar. Ella reforzaba con fuerza su salida existencial; y yo la mística, llevado por el espíritu de su abuelita, que ya había dejado atrás a todos los arquetipos conocidos como tales. Sin que por ello no reconozca en ella también una impronta arquetípica, en este caso personal. En esa clínica, la más famosa del país, había de todo. Babilonia era poco para ellos. Hacían rondas de dislates cruzados entre todos los pacientes y sus familiares, mientras los médicos con gran displicencia aportaban con su galana presencia entidad mayúscula a estos desopilantes encuentros terapéuticos. Lo único que hacían era volver más locos a los internos; y así se ahorraban tener que aportar más pruebas. Increíble recuerdo de esta organización médica de lujo. Y decir diez veces "increíble" me parece poco. A las 48 horas, viendo que aun no habían comenzado examen médico psiquiátrico alguno y presintiendo de allí no saldría jamás, me doy a escapar. Y me ahorro sus detalles. Si la locura asusta, más me asustaba ese lugar, a pesar de todo su lujo. Me refugié en casa de dos hermanas de mi padre; y durante 15 días llevé con ellas una vida muy tranquila y ordenada. No tuve voces que me hablaran; ni avalanchas de pensamientos, ni nada por el estilo. Salía a la mañana muy temprano a hacer aerobismo. Iba a un oficio religioso en la pequeña capilla de un sanatorio cercano; y luego volvía a casa de mis tías, me duchaba y desayunaba con ellas. Leía el diario, conversaba con agrado. Salía a caminar por el barrio. Hacía mis comidas junto a ellas. Dormía siesta, que por años no había considerado posible. Leía algunas biografías. Y así pasaba mis días; descansando muy bien por las noches. Haciendo que mi vida tuviera todos los correlatos de recuperación que al parecer podían asegurarme sólo en una clínica. Lo que hoy para mí, después de 20 años está claro, es que mi esposa hacía años ya no me soportaba; y hacía falta todo este descalabro místico y existencial para que yo me apartara, o me apartaran. Duro de entendederas, a través de mis tías pido a mis padres y a mi esposa me garantizaran el regreso a casa. Ellos así lo hacen. Y después de estar 15 días con ellas vuelvo a casa. A las dos horas de estar allí con mi madre (mi esposa y mis hijos ausentes), aparecen acompañando a mi padre dos enormes enfermeros; y con la aplicación de una inyección me duermen y trasladan. No alcancé siquiera a saludarlos. Esta vez me llevaron a una clínica más homogénea en cuanto a internados se refiere. Allí todo consistía en tomar pastillas, comer y dormir. Permanecí dos meses. En el primero, mis ánimos se conservaron bastante bien. Pero ya en el segundo me embargó una gran depresión, que hasta entonces, a pesar de todos los descalabros, no había conocido. Mi esposa, que me visitó en cuatro o cinco oportunidades, amenazó con dejarme pudrir allí si tan sólo intentaba tocarla. Mis padres entonces empezaron a ocuparse un poco más directamente de mí. Estaba hecho un vegetal. Tomaba las pastillas que me daban de nombre Stelazine; y otra para dormir, a pesar que hacía tiempo lo hacía sin inconvenientes. El médico que me atendió en este lugar resultó estar muy ligado a la misma orden religiosa donde había hecho la donación. No pasó de ser casualidad. Me hicieron una serie de tests, pero estando tan medicado no sé qué clase de resultados pudieron obtener. Ningún médico me había atendido antes de estas internaciones pero diagnosticaron mi caso como "delirio místico". El propio médico que me atendía procuró enterarse qué podría significar ésto de místico. Y en esta orden religiosa le comentaron que cabría imaginarme igual que un niño. Con lo cual el pobre médico quedó más desenterado que antes. Después de estos dos meses, el 31/12/82 partimos toda la familia, mis padres incluidos, de vacaciones a playas uruguayas. Todos esperaban alguna reacción vital de mi parte; pero estaba dopado. Era un vegetal. Pasaba el día en posición horizontal a pesar de los obligados y grises esfuerzos de mi esposa en sacarme a caminar por la playa. Pasaron esos 30 días, y ya de regreso a la ciudad se comenzaron a manifestar en mis hijos los síntomas de desaliento que les contagiaba mi ánimo. Realmente era desesperante. Yo era conciente de lo que pasaba. Pero tenía bloqueada toda mi exterioridad. Ni el más mínimo ánimo para superar esa postración que provocaban los medicamentos. Los médicos que consultaron señalaban que la dosis siendo tan pequeña no cabía quitarla. Por fortuna, un día llega de visita una antigua amiga de mi esposa, de profesión psicóloga forense, y viendo mi estado de postración y el marginamiento en que me había colocado mi familia para no verse tan afectada, decide allí mismo, sin consultar al psiquiatra a cuyo cargo estaba, tomar la responsabilidad de eliminar esa pequeña pastillita. Y cuando nadie lo esperaba, volví de inmediato a vivir. Decido entonces por mi cuenta, eliminar también la que tomaba para dormir. Y aquí sí me sentí estallar; estuve cinco días sin pegar un ojo. Fue una experiencia terrible. Al sexto día dormí por fin profundamente. Nunca más en 20 años he vuelto a probar siquiera una sola aspirina. Ni he visitado jamás a un médico. Ni he realizado análisis alguno, otro que no sea pensar muy brevemente en qué pudiera haber errado cuando algo no anda bien. Y en esa actitud depositar toda mi medicina. Tampoco nada de infusiones, ni recetas new age. Volviendo a mi recuperación inesperada, la sorpresa alrededor mío era mayor. Pues nadie estaba para habérselas conmigo. Por supuesto que la percepción de esta situación fue inmediata. El fastidio que expresaban era completo. A excepción de mi pequeña hija, mi esposa y mis dos hijos varones, ahora que parecía recuperado, no se perdían oportunidad de referir el asco que me habían tomado. Desde no saludarme y no tener ninguna clase de encuentro, hasta verme obligado a aceptar que ya no era ni esposo, ni padre; y que debía aceptar los chubascos callado. A insistencias de mi padre instalé en tiempo record una "librería", ¡vaya paradoja!; con numerosos fondos editoriales consignados; en proximidad a una universidad vecina. Clara providencia para un nuevo lavaje. El negocio no prosperó. Jamás he tenido un solo pelo de comerciante. A pesar del fracaso, tuve oportunidad de devolver esos fondos, sin gastos. Para entonces mi esposa que ya no soportaba más ese cuadro completo de desestructuración familiar, me impone me marchara, bajo amenazas de iniciar el trámite de separación matrimonial. Corría el mes de Noviembre de 1982. Marcho a vivir con mis padres, con muchísima pena y por supuesto desorientado. Comienzo a trabajar con mi hermano menor en la imprenta de la cual éramos socios. Pero la desestructuración había afectado también esta relación, y pronto sobrevino el despido. Los estigmas lucían a pleno. Aunque por supuesto todos eran muy discretos, me habían retirado toda confianza. Estaba escrito hace 2000 años que así sucedería. Por fin decido sin hacer comentarios marchar al campito. Trabajaría allí. Y todos los días volvería para cenar y dormir en casa de mis padres.
Antes de continuar el relato, conviene describir lo que pasaba de noche desde aquél mes de Noviembre, en que dejé mi casa y fuí a vivir con mis padres. Trabajaba de día con evidentes bloqueos en eso que da en llamarse "personalidad". Pero al fin trabajaba. Luego la cena con ellos lucía bien. De noche era la fiesta. Y por supuesto me lo tenía bien callado; no fuera cosa de terminar en manos de un "especialista". Mi cabeza sencillamente estallaba. Tenía más trazos raros en ella, que un mapa de rutas. Aquello que había pasado con mi lengua, pasaba con mi cabeza y con mis manos. Al principio estaba tan confundido que me levantaba de madrugada sin hacer ruido y tomaba una ducha. Pero aún allí pasaban cosas raras. Recibiendo agua caliente, de pronto salía completamente fría, para luego de unos segundos normalizarse. Por supuesto que todo este relato es cosa de locos. Pero no es menos cierto, que si un loco pretende contar con ayuda de alguien en ésto, está perdido. El loco se las tiene que arreglar “solo”. Y la única medicina, si tienes suerte, pudiera ser el afecto primario. No el secundario. Y mucho menos el de los "especialistas". En el mes de marzo recibo una cédula del juzgado que me notifica del trámite de separación iniciado por mi esposa. Sorprendido por esta noticia, decido volver a mi domicilio anterior, pero ocho pisos más abajo en el mismo edificio. Y dejo entonces la casa de mis padres. En realidad, no debería haber pasado tan a prisa este capítulo; pero si fueran aclaraciones necesarias, ya volveré. Me viene recuerdo ahora, de aquel formidable poema en papel sobre seda de gran tamaño, con una caligrafía de belleza incomparable que mi madre me había traído de la China. Con ayuda de un coreano pude localizar los ideogramas de sus maravillosas caligrafías y me dí a su traducción. Recuerdo que hablaba de un antiguo santuario muy oculto de la vida familiar, perdido en impenetrable foresta. Al que se llegaba guiado por el son de unas campanas. Las primeras noticias de él habían sido recogidas de un erario abandonado a orillas del mar. Durante las semanas previas a los llantos aquellos de la primavera, me pasó estar sintiendo varias veces al día el sonido de campanas. Este proceso de las campanas lo vivió también mi madre hace 10 años durante su depresión. Nunca lo había comentado a nadie. Pero al relatármelo e identificarme en esa vivencia, quedó muy impresionada. Más gracioso resultó cuando al día siguiente de relatármelo, encuentra una foto suya que yo mismo le había sacado 30 años antes en el paso del Grossglockner (gran campanario), en los Alpes austríacos. Yo mismo quedaba tan sorprendido cuando escuchaba estas campanas, que un día le pregunté a una amiga psiquiatra muy querida, si ella no estaba escuchando en ese momento campanas. Lo que ella negó. Otra experiencia menos graciosa y bastante molesta, porque ocurría con bastante frecuencia, eran los golpes que sentía en el techo de mi vivienda; que más allá de la posibilidad fueran ruidos comunes, nunca los había percibido. Me provocaban avalanchas de pensamientos donde todo se relacionaba en forma sorprendente a velocidades increíbles. Una gran rigidez de atención serruchaba lo poco que quedaba de mi exterioridad. Otro episodio muy impresionante, fue el advertir cómo me ponía atento a un detalle de los pequeños pies rotos del niño Jesús en una figura de la Virgen; y en tanto miraba esto, a mi hija se le cruzaban sus pies y tropezaba dándose golpes terribles. Que por supuesto no tenían para ella, ni explicación ni consuelo. Se quejaba llorando a su madre, conciente de lo que le pasaba; pero nadie atinaba a explicar, ni a resolver esa visible torpeza. Todas estas experiencias, donde los pensamientos se relacionaban de inmediato con un acontecer, me pusieron los pelos de punta; y rogaba no se le ocurriera a quien desde algún más allá jugaba con nuestras vidas, estimar que yo habría de apreciar ser portador de especie alguna de carisma. Siempre reiteré repugnancia a “poder” alguno. Hasta la palabra me molesta. Lo único que me interesaba era recuperar mi forma de ser natural y recuperar el hogar perdido. En estos tiempos pasaba el día rezando y en actitud de estar en otro mundo, casi paralizado. Las últimas lecturas las hice en bibliotecas públicas pues ya mis libros había quemado. Me interesaron por entonceslas "epístolas a los hebreos" en estudios más o menos críticos, que pretendían descifrar sus contenidos. Las conclusiones a que arribaban jamás las he de compartir. Pero el texto básico en sí mismo, me pareció el más conciso relato del logos como locura. Y sencillamente formidables sus recomendaciones. Incluída por supuesto, aquella de dejar de lado toda clase de sacrificios levíticos. Habiendo regresado a casa luego de la notificación del juzgado, y al encontrarme muy sólo, se me ocurrió acercar a aquella comunidad donde había intentado hacer donación. Me propusieron asistir una vez por semana a unos encuentros de hombres de familia, pues estaban preparando la celebración del centenario del Fundador de la orden. Un hombre fuera de serie al que sigo imaginando el Ulises de todos los tiempos. "Tal la vida que le tocó vivir". Fueron pocos meses. Y allí, y de a poco, se fue suscitando la necesidad de dejar todas estas expresiones, sin sentir estuviera traicionando sentimiento alguno. Recuerdo que en una oportunidad, estando a punto de comulgar, un bajón de presión o algo parecido me paraliza. Cuando termina el oficio religioso, me acerco al sacerdote que de prisa se marchaba y le pido confesión. No sabía de qué me iba a confesar. Este hombre de más de 80 años, me concede un minuto de su tiempo, y allí le confieso "estar crucificando dos veces a Cristo". El anciano más que sorprendido, alborozado, me tomó de mis brazos y me dijo: "entonces pide tu, perdón por mi". Cada uno saque si puede su provecho. En otra oportunidad, estando en un retiro junto a aquel grupo de hombres, en el momento de hacer uso de mi tiempo de confesión y no sabiendo de qué confesarme, le expreso al religioso que me atendía: "mi falta de humildad". Siendo este sacerdote, hombre mayor y extremadamente callado, me miró con simpatía y me dijo: "Francisco, sea más espontáneo". Y me despidió con afecto. Todavía le agradezco a ese hombre estas cuatro palabras. Fue un simple instrumento en mi vida, de infinita providencia. Una llave que abrió mi espontaneidad, que desde allí fue cambiando para siempre. Recuerdo el Via Crucis de ese retiro. Para qué contar cómo estaba mi cabeza. Tenía más clavos que la figurita de Geniol. Han pasado los años, y a la distancia se advierte con sencillez, cómo la vida sumerge, baña en locura y resuscita, sin que en ésto los médicos tengan otro roll que el de "inevitables" carceleros; bloqueando y deprimiendo ese éxtasis que es motor de transición; de dinámica que está llamada a hacer su camino de muerte y resurrección. A medida que uno pone hasta lo último que pudiera tener de reservas para recorrerlo, la vida lo va sacando. Pero con pastillas, bloqueos adicionales, y sin la dinámica del éxtasis de cada locura, sólo caemos en depresión vegetativa paralizante.
"Al llenar mi cáliz, se vació mi cáliz" decía aquel profundísimo Antonio Porcchia. Este llenado implica dinámica en alguna clase de trabajo intelectual, espiritual, corporal o lo que sea; amén del sacrificio de tantas pérdidas. No simple estado vegetativo. Allí no pasa nada. Sólo depresión. Y eso no es locura, sino sólo depresión. La locura conlleva éxtasis, en tejidos profundos de amor y desamor. Vuelto de nuevo a mi desconsuelo en familia y a tantos contextos para dar respuestas, que por casi un par de años había perdido por completo; se suscitaba en mí al mismo tiempo, la necesidad de abandonar todas las prácticas religiosas. Y a pesar de tan formidable desorientación comenzaron a manifestarse situaciones, que a poco fueron poniendo una nota de identidad algo más definitiva a mis horizontes. De aquellos tiempos en que soportaba extraños dolores en mi cabeza, estando en casa de mis padres, caben los siguientes relatos. Un hermoso domingo, luego de almorzaren el puerto de Olivos con ellos y con mis hijos, y en tanto marchábamos a pie rumbo a nuestro vehículo, me sorprenden en fuero íntimo dos voces femeninas, parecidas a aquellas que unos 6 meses antes me dijeran "que se marchaban para volver". y sin otro contexto me dicen: "vamos a hacer en tí, una casita". A las pocas semanas sobrevinieron aquellos dolores, que me tenían muy asustado. Pero como sus manifestaciones eran por demás extrañas y jamás había vivido nada parecido, decidí hospedarlas como pudiera; y así como sigue el relato vivencié. Pasaron dos meses y estos dolores se asentaron como simples molestias. Y otros dos meses después se tradujeron en caricias que tomaban mi cabeza como si le pusieran una coronita. Me animo a estimar que la antiguas palabras latinas “corolla” y “corolario” pudieran referir de ella; su raiz indoeuropea sker-, que también refiere de la carne, contribuirían ambas a plenar la sospecha de una pequeña corona encarnada. La tan mentada encarnación pudiera un día comenzar a sospecharse algo más concreta. De ello refiero. En estos tiempos tuve un sueño de mucha entidad con esta abuelita de mi esposa, que decía depositar mi cabeza en su santuario familiar. Era éste un lugar muy extraño, con todo el clima de un templo muy rústico labrado en la misma tierra. En extremo orgánico, matérico, plástico. Estaba pobremente iluminado con infinidad de velas. Había paz y algo de extrema dignidad. Parecía haber bastante gente reunida, pero no les veía. Sólo sentía sus presencias. Allí aparecía transportada en una bandejita mi cabeza. Ésta fue de algún modo la imagen anticipadora del proceso de armonización que se desarrolló en estas vivencias. Los dolores volvían cuando algunos de sus ánimos no eran recibidos con confianza de mi parte. O cuando me tocaba vivir situaciones ofensivas primarias, que no soportaba admitir. Allí se instalaba toda una noche a fastidiarme, hasta que alguna providencia resolvía esa situación de no aceptación de sus guías. Acomodar esa coronita con suavidad llevó años. A veces se torna incómoda. Otras, ni se siente. Lo que en cambio no me dolió nunca, pero sí me tomaba mucha atención, era lo que pasaba con las falanges de mis manos. Cada dedo proporcionaba con un suave pinchazo la señal que me indicaba no preguntar, no pensar, no impacientarme, no indicar, no agrandarme, no lastimar al pequeño que nacía en mí, trabajar, ser fiel tanto en mis actitudes como en mis pensamientos; y así en más, toda una serie de controles permanentes que durante muchos meses me di a atender, a costa naturalmente de mi espontaneidad totalmente contenida. Y que luego de aquella confesión tan breve con aquél sacerdote, comenzara a dejar de atender con tan extremado celo. Todo eso continuó; pero ya no coartaba mi espontaneidad; por el contrario me facilitaba la sospecha que tenía la posibilidad de actuar antes de ser corregido; y de esta forma iba ganando en libertad "responsable", aunque sensiblemente "vigilada". Luego esas manifestaciones se generaron también en las falanges de los pies; y más tarde en todo el cuerpo. Posteriormente, se me suscitó fueran dos las entidades que compartían mi cuerpo. Esta segunda en manifestarse descubrió su carácter paternal; y se alojó del diafragma hacia abajo. Para ejemplificar este particular doble hospedaje: la Madre tenía su cabeza donde todos la tenemos, al igual que el corazón. El Padre, en cambio, tenía su cabeza en mi vientre y su corazón en mis genitales. Así tuve, dónde y cómo discernir situaciones, que con creces exceden el más fuerte syzygy jungiano. Se trataba, y se trata aun hoy, de vivir con la mayor integridad posible; expresándome con la máxima espontaneidad. Llevado por ellos en el cuerpo; en los sueños; los deseos; los azares y pensamientos fugaces; que cada vez más se ordenaban alrededor de los afectos primarios y el trabajo animoso. A lo demás, respeto. Alguien se ocupa de cada uno en términos personalísimos. Que aún arquetípicos, se descubren un día personales. Desde entonces, la caridad empieza por casa; y si termina en ella, mucho mejor. Hay otra caridad llamada gracia, que tenemos todos un día que aprender a hospedar. ¡Basta con la familia! les espetó el Papa enojado a los españoles en su primer visita apostólica a Sevilla. Nunca más epifánico. Han pasado veinte años y he amado más que antes; aunque no me haya sido dado gozar como antes. Pero aún así siento que estas huellas serán algún día de valor. Habiendo permanecido dos largos años más allá de la internación, en enorme soledad como naturalmente me tocó vivir, pues nadie se acercaba con semejante desajuste a mí, por más discreto que fuera; sin estas guías y compañías entrañables, jamás me hubiera armonizado. Con todos mis bienes bloqueados en un largo proceso judicial, en donde no opuse defensa alguna. Comenzando de nuevo a trabajar tan sólo con mis manos, en tareas que nunca antes había realizado. Sin poder hacer uso de intelecciones; pues tan pronto comenzaba a pensar o analizar algo, me dormían. Durmiendo, mis interrogantes resolvían. Sin planos, sin esbozos, sin experiencia; sólo llevado de estos auxiliares que me cuidaban más que a un hijo; pude llegar a sentir un día el llamado del amor más natural y humano. Espero que mis Padres no interpreten que tengo otros padres. Pero sí tengo como cualquiera de Uds., abuelos y arcanos más vivos que los más vivos. Que desde donde no los imaginamos, cumplen los roles de nuestros padres cuando los reales no están a la vista. “El tema del gr. eidos primigenio; el de la parentalidad, comienza a redoblarse, cuando aparecemos perdiéndolo todo. El relato de estas cohabitaciones tan extendidas, podría llegar a suscitar la sospecha de que uno tuviera un don. El único don que advierto es éste que permite a un despistado, acercarse a su casa trabajando con afecto y sólo por afecto. Los jungianos han tomado nota de estas situaciones de introyección o internalización; y observaron la particular relación de estas vidas con respecto a la Naturaleza. Sin duda la misma mirada hacia ella que tendría cualquiera de nuestros ancestros. Ahora bien, ¿quién puede imaginar el larguísimo proceso de armonización de estos descalabros de la mano de un psiquiatra?. Que pretende averiguar, controlar, aconsejar, medicar, guiar, internar y todo lo más propio de estas doctísimas doctrinas humanas, en áreas que siempre serán incompatibles de comienzo al fin, con cualquier cordura. Al final de un largo camino pueda ojalá la cordura, ver la punta de una hebra de locura y apreciarla con mínimo respeto, sin meter mano en ella. El juramento hipocrático merece también un poco de hermenéutica. Nunca será buena la soledad. Pero sí será común en algún momento de la vida a unas cuantas vidas. Y estos descalabros se curan con el más simple y primario afecto marital, parental o amical, o habrá que dejarlos en manos de estos destinos, que siempre serán más piadosos que las más prometedoras medicinas. No estamos solos, aunque nos vean solos. Ninguna de estas entidades "ocultas", cargadas de la más concreta identidad, pretende le dediquemos nuestro tiempo a ellas. Por el contrario, de una y mil formas nos lo recuerdan a cada instante: "cuanto más sobrenatural, tanto más natural" Tan natural, que recuerdo un día hace 14 años, en oportunidad de estar trabajando en medio del prado, en una jornada que no tenía nada de particular,c ómo, en un momento dado, un pensamiento brevísimo en mi abuelo paterno despertó las iras de esta abuelita marital, que me espetó: “no te creas que tu abuelo tiene más poder que yo. Yo tengo mucho más poder que él". Expresado por cierto en mi fuero interno, pero con tal patencia de celos, desagrado y exabrupto, que no habría diferencia si hubiera sido externo. Pues su ira resultó fenomenal. Tan sublimador había sido de tantas cosas, que tardé 25 años en darme cuenta los niveles de posesión que se generan alrededor del matrimonio. Habían pasado casi 7 años del comienzo de estas historias, y todavía tenía que hospedar estas miserias tan sinceras del amor "divino"; en contextos desopilantes; pues ella misma se había ocupado de destrozar mi vida, de separarme sin que yo opusiera la más mínima resistencia, ni interés en esa separación. Ni siquiera a la separación de bienes presté la más mínima atención. Y después de todos estos pasajes inolvidables, tenía que cargar con semejantes reclamos. Creo que todavía me está buscando a ver si he cambiado de opinión con respecto a "los poderes". Mi opinión, que acopié oportunamente cuando estas cosas raras empezaron a pasar con esta abuelita, fue nutrida por sus propios hijos, a los que pedí noticias de su madre. Y no imagino una persona con más méritos amasados en sacrificios que ella. Pero como tampoco podía compararme a ella, hube de hacerlo respecto a su descendencia. Y así minimamente relativizarme. Con respecto a ellos ponía mis referencias en humanos límites, mucho más cercanos y bastante vivibles. No obstante, cómo haría para dejar de hospedar un pensamiento de 15 segundos, en un abuelo que siempre me sirvió de referente. ...¡qué océanos! ¡ Y pensar que son, y están más altos, que los más altos cielos imaginados por el hombre! ¡Y qué cercanos logran revelarse en nuestros diluvios, siempre personales!
De un cordero degollado La locura es aquel lugar vedado a la cordura. El lugar donde se libra una lucha paradojal y desigual: un cordero enfrentando los absolutos; uno tras otro, sin ningún poder, otro que su sinceridad interior. La exterior no cuenta, pues él está enajenado. El último de los absolutos a vencer; el que más trabajo en todos los sentidos ha dado; el que conforma la envoltura de los mundos poéticos: la estructurada belleza. He aquí el más desigual de los combates. ¿Cómo ser fiero ante esa belleza; cómo resistirse? Sin la coraza de la sinceridad interior no hay quien la pueda. Con este escudo, la belleza estalla; rompe todos los moldes y taceles; se libera de todas las estructuras; y se sumerge con máxima energía y candor, en el océano de la Naturaleza y su materia. Y al volver a ella, deja todo a su alrededor envuelto en un enigma, a la que ninguna crítica osa acercarse. Un territorio en algo emparentado y por cierto bastante olvidado, es el del más liso y llano trabajo afectivo; que en los campos de la locura adquiere un carácter, estructura y libertad incomparables. No reconociendo otros cánones que los más viscerales. Pleno de coraje, ignorando códigos y regulaciones, arriba al más original de sus orígenes. El marco que hospeda al obrar y a la obra, es el mismo anterior donde la belleza absoluta vuelve a ser enigma: la Naturaleza. La única capaz de hospedar y colmar al hombre más insaciable. Aquí sólo resta, comenzar a vislumbrar el relativo absoluto de cada belleza humana: la de nuestra mujer; la de nuestro hogar; y la de nuestra edad. Francisco Javier de Eitzaga Amorrortu
El largo hospedaje en esquizofrenia de esdrújula armonía Tantos "eventos" suscitados; adicionalmente "personales"; con dificultad y paciencia por Jung y sus discípulos en syzygys discernidos; donde el alma se descubre hospedera u hospedando espíritus; que primero se manifiestan como arquetipos en ella. Y a todos sus soplos, thümos, spoude, psijé, sueños, deseos, pensamientos fugaces, azares, que de espíritu hospedero a través del alma envolviendo y como primavera brotan. Asistiendo presencias desde esta misma alma, aún antes del momento de nacer; y muchísimo antes de que este espíritu u otro, como arquetipo revestido de absoluto se revele en ella. Todas estas manifestaciones asisten en el alma, aún cuando ninguna de ellas pueda colmarla; pues eso que llamamos felicidad es tan sensible y fugaz como el viento que la regala. Lo único permanente es E-Go. Y el amor propio que lo revela, sólo se manifiesta en los grandes esfuerzos; que aunque asistidos por espíritu, también revelan su cimiento. No hay conciencia, ni psiquismo, ni memoria, ni deseo, que colme para siempre un alma. Pero a cada uno presta el espíritu en el alma, enorme atención; manifestándose en ese vientecillo que llamamos animus. De él dependemos. De alguna forma, aunque precaria, he intentado a través de las voces soma, prosopon, corolario, y a través de los relatos de mis vivencias, darme a resaltar los fenómenos de sensibilización del espíritu en el alma y E-go a través del cuerpo. Que más allá de afectar campos de autocertidumbre estimados "propios", con los consiguientes descalabros comunes a una locura; y problemas de reestructuración y armonización particularísimos, permiten cuando hospedados, vislumbrar desde otra cosmovisión, "lo espititual", lo psíquico, lo metafísico, lo intrafísico, lo épico y lo lírico; y darse con otras armonías a ello. En carácter tan cargado de crecida identidad, que apunta a relativizar, después del periplo inicial "místico", toda esfera de absolutos. Vivenciados y armonizados estos tránsitos, se religan con mirada menos misteriosa la enorme cantidad de voces que dicen pertenecer a las manifestaciones que desde el alma y aun fuera de ella, suscitan los espíritus, los genios, los daimones, los fantasmas, los duendes, los kobolds, los gremlims, los ancestros, los ángeles, los dioses y cuanta entidad metafísica o intrafísica haya podido ser alguna vez nombrada. Pues al par que aumenta nuestra identidad merced a sus desvelos, disminuye la negrura de nuestro misterio en relación a ellos. Espíritus con distintos grados de relativización o absolutización. Con comparables o diferentes atributos. Al servicio de nuestra alteridad, o de nuestra mismidad. En niveles tan sutiles como extremos. Pero todos, espíritus que nos buscan sedientos de amor; seduciendo, provocando, y no pocas veces impidiendo. Y que al no identificarse, involucran un día, la más grande alteridad. Aquella que deviene patencia metafísica de absoluto; ceñida a tautologías; persiguiendo el largo devenir de tan paradojal alteridad; antes de ser llevada de regreso, a través de su cuerpo y sus orígenes, para así redoblar por fin su identidad. De todas estas vivencias, son la voz y sus tránsitos en el lenguaje, los registros primarios, que más allá de las caricias, las reflejan. Voces prestas de campos vivenciales que al nombrarlos, llevan a suponer atrapan de ellos sus esencias; hospedando sutil y memorioso erario. Los vascos conservan de estas vivencias el redoblamiento interjeccional, que sinduda cupo revelarse en un aparato fonador antes de haber sido imaginado por intelectualidad alguna. Y ésto es: "go go" antes de ser God or Got. Antes de ser E-Go, asistiendo un día sus divinos humanos parentescos. Revelaciones primarias que brotan guturales, al ser tocados en el alma con las esencias de un ser espiritual; que avanzadas luego, serán en identidad y caricias, merced de esquizofrenia. Entidad de espíritu familiar morando sensible en "Ellos". Que un día "piojos resuscitados", "pequeñísimos" frente al misterio, se dejaron acariciar por él. ¡ Cuántas vivencias, hasta hospedar en estos ámbitos de nuestro propio cuerpo, las primeras armonizaciones de la patencia de estos espíritus ! Registros desarrollados de estoshospedajes profundos y su armonización, se dan en las huellas del "Zeus genios" en el siglo VIII a.C. De aquí, los conceptos de filogenia y xenofobia pueden retomar más primigenias connotaciones. Este Xenios no hablaba entonces del alter, del otro, del extranjero; sino del Huésped u Hospedero que hospedamos o rechazamos. De aquí esa filo-xenia o xeno-fobia; vivencia hospedada o rechazada. A medida que el Hombre se afirma en existencialidad, este Xenios pasa a ser el alter, el extraño, el extranjero. Que ya no habla de sus vivencias siempre obvio "meta o intrafísicas". Sino de aquellas otras más concretas y a la vista. Lo espiritual y lo más propio de una identidad como ya dijimos, se escinden al mediar el vientecillo sorpresa de algún "absoluto", tocándonos. Pero todos estos mecanismos de los espíritus para escindir, conllevan correcciones, regalos, des-gracias, aciertos, ánimos, destinos. Dejándome en paz sufrir puedes ventura, pasar, pues como te has de marchar, no gozo en verte venir.
O aquel otro, aun más opuesto, de este mismo Campoamor, que no se dejaba llevar por éxtasis: Por gracia de las leyes naturales se elevan hasta el cielo cuando logran tener los ideales la dicha de arrastrarse por el suelo.
Tu dejarás las larvas en sus nidos cuando llegue ese día en que venga a abrasarte los sentidos el demonio del sol del mediodía.
O este Juan de la Cruz opuesto al anterior: En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!...
Pastores los que fueres allá por las majadas al otero: si por ventura vieres aquel que yo más quiero decidle que adolezco, peno y muero.
Más contenido Lope, pero no menos preocupado por estas guías: Velador que el castillo velas, vélale bien, y mira por ti, que velando en él me perdí.
O ésta más cargada de existencialidad: No sé qué tiene mi aldea donde vivo y donde muero, que con venir de mi mismo no puedo venir más lejos!
Vale ésto de Juan Ramón: -No hay nadie. Era el viento. -¿Nadie? ¿No es el viento nadie? -No hay nadie. Ilusión. -¿No hay nadie? ¿Y no es nadie la ilusión?
y ésta más honda referida a "su alma": Luego, tornada gloria de las cumbres, revivirás en todo lo que sellas. ...tu oir, de la armonía; de las lumbres; tu pensar; tu velar, de las estrellas.
Pedro Salinas nos dice: Te busqué la puerta estrecha del alma, pero no tenía, de franca que era, entradas tu alma. ¿En dónde empezaba? ¿Acababa, en dónde? Me quedé por siempre sentado en las vegas lindes de tu alma.
Y Jorge Guillén en su "más allá": (El alma vuelve al cuerpo, se dirige a los ojos y choca) -¡Luz! Me invade Todo mi ser. ¡Asombro! Intacto aún, enorme,...
¡Hubo un caos? Muy lejos De su origen, me brinda Por entre hervor de luz Frescura en chispas. ¡Día! Una seguridad se extiende, Cunde, manda, El esplendor aploma La insinuada mañana.
Y la mañana pesa, Vibra sobre mis ojos, Que volverán a ver Lo extraordinario: todo Todo está concentrado Por siglos de raíz Dentro de este minuto, Eterno y para mí.
y concluye en "las ánimas": montones de supervivientes miran el mundo de los vivos, montones de difuntos tienden a los vivos las manos, las memorias.
Para finalizar este abanico de campos vivenciales, Aleixandre, pasada ya su efímera Alba nos dice: Lejos están las inmarchitas horas matinales, imagen feliz de la aurora impaciente, tierno nacimiento de la dicha en los labios, en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes
Todas las relaciones del alma y los espíritus en ella; conocidos o desconocidos; pasan por el afecto que entre ellas y el Hombre se establezca, en aras de acariciar esa pequeña porción de sus destinos. Y a las cuales el Hombre conciente o inconciente, es y está buscado, llamado, suscitado, tentado a percibir. Siempre apuntando desde ellos el amor. Pero un "amor" que también se manifiesta cuando hay conflictos, como "poder" ajeno o enajenador; contracara de ese amor. A ese Hombre que sólo aportando "querer", y en la medida que hospede, será revestido de todos los ropajes que enriquecen la galería humana. Hombre que viene a este mundo en apariencia desnudo; y al parecer marcha luego por ese amor revestido, que de tantos espíritus ha recibido. Y que aun en des-gracias, gestan al parecer insospechadas "gracias" Para reconocernos y reconocerlos en los apoyos más hondos de la voz, en el asombro; en el horror; en la alegría; en el dolor. Toda voz, aun la más primaria interjección, tiene en su apoyo de emisión, su más profundo correlato. E-Go merced a espíritu, aflora, pulsa y se instala en las delanteras del aparato fonador cuando es ganado. Cuando es conquistado. Cuando es revestido por Espíritu de gracias: I, io, ich, moi, yo. Nacida un día en el dolor y en el asombro, la voz esencia el habla y da entidad al lenguaje celebrando los pro-gresos, que de la relación de E-Go y Espíritu devienen.
Atenas la única ciudad sobreviviente a tantas guerras e invasiones, tuvo que esperar hasta el siglo VI a.C. para escuchar al "artículo", de esencias, festejar con claridad sus entidades. La participación de presente, hasta entonces no había encontrado en el lenguaje la forma de exteriorizarse en celebración de entidades, que el espíritu, con la aparición del artículo determinante y la separación entre palabras, consagra. Todos los desarrollos de pronominación y participación que se originan a partir de las más primarias manifestaciones del habla en tan sólo tres siglos, destacan un progreso comparable a éste que en ciencia y tecnología, en nuestros días advertimos. Campanas que redoblan al son de decenas de milenios de trabajo de espíritu en el alma. Amores y favores "del viento". Por el Hombre y su E-Go hospedados. Hasta las "comas" tuvo que ganarse el Hombre. Y no fue intelección previa al sudor puesto por cada uno de nuestros ancestros. Al servicio del amor en sacrificio; en su hogar, en su terruño y en su descendencia. Hoy, en dulce oficio. Que un día, de esos capitales de gracias, la savia de cada uno de ellos dando soporte al alma, depara al Hombre "su" regalo. Todavía falta descubrir, qué artículo le anteponemos a la voz "ancestros". Nuestra cosmovisión, ingeniería genética incluida, no parece estar preocupada por ello. Paradojales contrastes de calidad tendrán que ser aportados por el espíritu al Hombre para sostener el pro-greso de las globalizaciones. Hay mucho "querer" de identidades por definir. Este más allá de nuestra conciencia también ayudará. No se necesita más que un pequeño trazo del tamaño de una coma para ideografiar al espíritu; si el Hombre pusiera esfuerzos llenos de identidad, como simples caricias en sus obras. Y a ello va del espíritu, el "animus" para alentar compartiendo sus destinos.
¿A qué tan amado el Hombre en su E-Go; tan desnudo al nacer? Tan revestido de gracias por el espíritu que en el alma seduce ya crecido. Acordamos el valor de su apertura, que también ello deviene gracia de espíritu; a sostener te "quiero", desnudo E-Go, áspero de estrellas. "Integridad" fue el pedido que escuchó muy claro, aquel que luego intentaría afirmar el "TU", por la gracia de un espíritu que había "buscado" durante décadas. Integridad y sólo eso. ¡¿Y dónde son; y dónde están las fuentes de la integridad; en qué decálogo?. Sino en E-Go de tripas hogar.
Si todavía la fenomenología no ha podido dis-cernir, todo lo que más allá del silencio regala el habla, de empeirias a nuestras "experiencias"; respecto de tantas voces que refieren del "go go", "E-Go" primigenio; y de su florecer en el espíritu del viento, es al decir de Juan, porque falta todavía vivencia de él. "Todos oyen su sonido, pero nadie sabe ni de dónde viene, ni hacia dónde va. Sino aquel que es nacido del espíritu". Para que se advierta la entidad de esa esencia: el "estar" renacido merced al espíritu y a E-Go en humilladero, falten tal vez millones de años. Todo eso faltará aportar de integridad. En cada vínculo y en cada identidad. Que no es imagen y semejanza. Sino algo más. Que no es "revestimiento" de E-Go. Sino algo que está en E-Go, asistiendo con integridad todo presente. Asistencia, consistencia, persistencia, subsistencia que no podrías juzgar o menospreciar. Sólo en conciencia ignorar. E-Go; Ancestros; Hombre; Espíritus; "genios", todos ellos hebras de vínculos y parentescos. Huéspedes y hospederos de sus mutuos amores en donaciones, en sus heredades y en sus labores. Tesoros de cada identidad y acordada boulé.
Siendo del viento fugaces, y estando en montaña en permanencia ocultos, fueron mis Erarios al mar por azares y a la sed del amor en sus orillas habiéndome esperado, después de cuarenta mil años en un instante fueron hospedados.
No hube de tocar, sino con extrema brevedad, la inseparable esencia de Eros en E-Go, (ver Miller pág.141). Los dorados atributos y frutos de Eros junto a Psijé, son tan humanos y placenteros, que hubiera sido imposible correr tantos velos que resguardan a E-Go, estando ellos tan presentes. Es en internalización a través de sacrificios, carenciado, escindido, renaciendo de cruz en balbuceos, que se devela tan divino en nos, como en nuestra identidad, inmanente, sensible, permanente.
epi logos en los lirios del terruño en la vida en el hogar en la vida en común en la permanencia en cercanía en el trabajo afectivo del pescuezo para abajo
Hube de enamorarme de ellas antes de conocer siquiera sus nombres
Registro de terruños; La primera resultó ser de ancestros paternales de Cataluña y Lombardía. Los maternales eran de Vizcaya y Pontevedra, Galicia. La segunda, de ancestros paternales de St Just Ibarre, Zuberoa, país vasco francés; y celta de Escocia. Los maternales de Issor, Bearn, país vasco francés; y de Galicia. En esta rama materna también descubro a Lorenzo López Camelo, de origen portugués, emparentado hace casi 200 años con los Argerich. El primero es quien salva la vida a Juan Martín de Pueyrredón en la batalla de Perdriel, y "propietario" en 1808 de esta misma parcela de tierra donde he vivenciado estos relatos. ¡Pequeña casualidad! El segundo, emparentado con la rama de los Pueyrredón de Issor, era austríaco, radicado en Cataluña como militar. Ambos por tanto de raigambre celta. Al igual que los propietarios durante más de tres siglos de estas tierras, también de origen portugués. De sus Arcanos celtas quedan reflejos en el antiguo templo natural de este lugar, al igual que en todas mis obras. Mis ancestros paternales eran de Santa Lucía, Oba y Artaun, en Dima, Vizcaya; y de Orozco y Dima, Vizcaya. Los maternales de Cataluña y Pontevedra, Galicia. El espíritu que ofició de arquetipo en mi alma, para animar mi ascenso al monte; encendiendo candelas de locura en mi corazón; y luego corriendo su velo para alumbrar mi descenso; fue este de la abuela paterna de mi primera mujer. No pude sin embargo hospedar el "poder" de su "enorme" capital de gracias. De quién más he sentido natural soporte ejemplar en momentos de marcada tristeza, fue del padre de mi padre; aquel que tanto celo despertaba en la abuela paterna de mi primera mujer. En años recientes empecé a reconocer con mucha carga de identidad la presencia animosa de Benito, Padre del Padre de mi Padre. Quien hace 15 años me hospedó en cálidos valles, animó e iluminó mis trabajos, ha sido y es, Estela Livingston, la abuela paterna celta escocesa de mi segunda mujer; a quien refiero como piedra vivencial; y memoro en aquel enorme granito circular, antigua piedra de molino con su agujero en el centro, que cual estela celta mimetiza resurrección. De aquel, que habiendo sido desestructurado y molido al tamaño de un grano de harina, alcanzó a pasar por esa estrecha abertura, para renacer.
Estos textos fueron escritos y compuestos en el invierno del 2000 por Francisco Javier de Eitzaga Amorrortu, después de alcanzar y sentir por primera vez los terruños de sus ancestros. Luego impresos en las largas tardes y noches del invierno del 2001, siguiendo la tradición del abuelo Sebastián, tipógrafo e impresor en Bilbao desde 1892; y en Buenos Aires, hasta 1949. Francisco Javier de Eitzaga Amorrortu Ejemplar N°75 Impreso el 30/8/05
La viga de cruce . 1 . 2 . 3 . 4 . 5
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